El nuevo éxodo zapatista y sus críticos Imprimir
02/02/2006
La otra campaña zapatista se desenvuelve por afuera de los canales de la
política institucional, al margen y en contra de las reglas del juego que
regulan la competencia de las elites por acceder al gobierno. Se diferencia
claramente de la clase política establecida. Se mueve de acuerdo con sus
propios tiempos y su agenda.
Si el gobierno federal no trata de impedir la salida de los zapatistas de
Chiapas no es porque la gira le sirva para contrarrestar el número de
votantes a favor de Andrés Manuel López Obrador, sino porque no puede
evitarla. El EZLN ha conquistado el derecho a hacer otra política dentro del
territorio nacional sin renunciar a nada a cambio. Afirmar que la
administración de Vicente Fox “ve con buenos ojos” el periplo rebelde es un
absurdo sin fundamento.
La otra campaña es una iniciativa antisistémica. La radicalidad de una lucha
no tiene que ver con su ilegalidad, sino con su capacidad de impugnar el
sistema y construir los sujetos del cambio. El proyecto cuestiona
profundamente tanto las mediaciones como los mecanismos de representación
política existentes, al tiempo que estimula la formación de una red nacional
de resistencias y solidaridades. Busca modificar las condiciones dentro de
las que se mueve el conflicto social, cambiando la correlación de fuerzas a
favor del campo popular.
La otra campaña prefigura la formación de una nueva fuerza política que se
asume explícitamente como de izquierda, antineoliberal y anticapitalista,
claramente diferenciada de los partidos políticos legales existentes.
Impulsa un proyecto que apuesta a refundar el país y a elaborar una nueva
constitución, es decir, un pacto político nacional distinto al vigente. Se
trata de una estrategia política que teje los reductos de esperanza
existentes, pero dispersos. Una acción pública sometida a la sanción, a la
crítica, al rumor, al juicio de la multitud.
Como iniciativa política renuncia a la ilusión de que en la lucha por la
transformación del país hay atajos o soluciones milagrosas. De que la
historia la hacen los mesías o los personajes carismáticos. Imprevisible,
capaz para iniciar algo nuevo, hábil en la construcción de alternativas, la
propuesta zapatista busca construir un nuevo movimiento político y social.
Rompe así el hechizo de la inacción y remonta el bloqueo mediático al que se
le ha querido someter.
La otra campaña da continuidad a las propuestas de acción zapatistas
elaboradas desde hace más de tres años y contenidas en el Plan La
Realidad-Tijuana. No se trata de una respuesta ante un problema de
coyuntura, y mucho menos, como afirma Emir Sader, de una acción “ante una
ofensiva militar de las fuerzas armadas, que alegaban pretextos de
plantaciones de coca en Chiapas (en la que) el EZLN decidió no prestar
resistencia militar, y desmovilizó sus juntas de buen gobierno”. Los
caracoles no han sido desmovilizados. Siguen funcionando.
La otra campaña apuesta a crear una esfera pública no estatal, a trasladar
la política fuera del marco estricto del quehacer gubernamental y
parlamentario. Profundiza de esta manera el deterioro del monopolio estatal
de las decisiones políticas, tendencia descrita ya, hace años, por el
teórico Carl Schmitt. Según el politólogo alemán: “El tiempo del Estatismo
toca a su fin (…) El Estado como modelo de la unidad política, el Estado
como titular del más extraordinario de todos los monopolios, es decir, del
monopolio de la decisión política, está a punto de ser destronado.”
A diferencia de la hipocresía de la política institucional, en la que los
contendientes se niegan a reconocer que tienen enemigos y los presentan como
simples adversarios, mientras por debajo de la mesa se dan patadas y buscan
aniquilarse, la otra campaña llama a las cosas por su nombre y se niega a
abandonar la noción de enemistad. No hay en ella falsas civilidades ni
cortesías hacia el poder establecido y sus hombres. “Lo justo”, ha dicho
Marcos, “sería que la gente que asesina, humilla y engañe esté presa, en
lugar de quienes luchan por cambiar las cosas para todos.”
Como toda iniciativa política generada desde fuera del establishment, la
otra campaña provoca incertidumbre y malestar. Se le acusa de llamar a la
abstención electoral cuando explícitamente ha dicho que no es
abstencionista. Se le pide que haga propuestas programáticas cuando ha
explicado que busca que se escuchen las demandas y los reclamos de los sin
voz. Se afirma que el centro de sus críticas es Andrés Manuel López Obrador
cuando ha sido implacable con la clase política en su conjunto. Se asegura
que a Pablo Salazar no se le tocó “ni con el pétalo de una rosa”, a pesar de
las denuncias contra el gobernador que dice tener título universitario
cuando no ha terminado su carrera y ha encarcelado injustamente a varios
maestros.
La otra campaña cuestiona explícitamente a los poderes fácticos que
gobiernan el país. Busca generar un nuevo sistema de representación desde
afuera de los canales institucionales, en un momento en el que en la opinión
pública se reconoce la naturaleza excluyente y asfixiante de nuestro sistema
político, y se juzga severamente a la partidocracia y su sumisión a los
grandes monopolios de comunicación electrónica. Al hacerlo ha obligado a
otros actores políticos a transformar su conducta. Sin ir más lejos, López
Obrador ha debido modificar su rechazo a presentarse como gente de izquierda
a raíz de las críticas rebeldes.
En un momento en el que el reformismo sin reformas estilo Lula provoca
nuevas y amargas decepciones, y en el que una nueva izquierda dura, gestada
por afuera de las clases políticas tradicionales, ajena a las veleidades del
“socialismo liberal”, emerge como opción de gobierno en varios países de
América Latina, el éxodo zapatista se empeña en construir una red de
relaciones de solidaridad capaz de inventar nuevas oportunidades.
Se puede estar o no de acuerdo con ella, pero lo menos que debieran hacer
sus críticos desde la izquierda es juzgarla por lo que realmente es y no por
lo que ellos imaginan que es, o quisieran que fuera

Luis Hernández Navarro