Es difícil saber cuántos años tiene Vanesa; menos de diez seguro, es difícil calcular la edad de quienes viven aquí. Vanesa vive en el Cerro Rico de Potosí, aunque el cerro también hace tiempo que dejó de ser rico. Durante siglos esta montaña ha servido para que reyes, comerciantes y curas se enriquezcan a costa de la muerte (sólo en tiempos de la colonia) de ocho millones de indígenas que perdieron sus vidas trabajando en sus entrañas.
En el Cerro Rico trabajaban cerca de 15.000 mineros en condiciones infrahumanas, sin agua, sin maquinaria y sin ninguna medida de seguridad, aunque Vanesa ni siquiera entra en este censo (ni en ningún otro). Su mamá trabaja y vive en la montaña preparando desde las cinco de la mañana comida para los mineros y Vanesa ayuda en la cocina, en las compras y ocasionalmente, cuando ve a lo lejos un grupo de turistas despistados reúne un grupo de piedras (no hay otra cosa en esa montaña) y las mete en una bolsita de plástico para venderlas por diez bolivianos (apenas un euro).
Vanesa no tiene tiempo para ir a la escuela, si le sobrara sí que iría, pero está demasiado ocupada en sobrevivir, ella y su familia.
Mientras tanto en las calles de Potosí una multitudinaria marcha orquestada por la Iglesia y los muchos colegios católicos de la ciudad, reclaman los principios de la fe, entre los que incluyen, al más puro estilo Rouco-PP, arengas contra el presidente Evo Morales y el partido del gobierno. Pero aquí es más sangrante que en las calles de Madrid, porque los directores de los colegios religiosos disfrazan a los niños y niñas indígenas de occidentales (con traje blanco y corbata) para que les quede bien claro que su cultura, su idioma y su propia identidad no es más que basura, símbolo de gente pobre e inculta. Luego hay que oírles que ayudan a los niños pobres en el Tercer Mundo, como dicen ellos.
Vanesa tampoco tiene tiempo (escuela para que le lleven) para ir a la marcha y gritar en contra de Evo y a favor de Jesús. Al menos se libra de semejante insulto a la dignidad y a la decencia; necesita vender más bolsitas o cuidar a sus hermanos pequeños.
De lo que no se libran unos y otros (aunque vayan a la escuela) es de la profunda pobreza que sufre este país fruto de siglos de expolio que comenzó en esta montaña y que hoy continúa en la explotación (hasta ahora prácticamente gratuita) de los hidrocarburos por multinacionales extranjeras.
Sin embargo para Vanesa y para los niños y niñas obligadas a renegar de su propia cultura e historia se ha abierto una pequeña esperanza con el gobierno del MAS. La cosa no está nada fácil y realmente es pronto todavía para saber hasta que punto el gobierno puede y quiere generar una política (económica sobre todo, pero también social y cultural) que genere los cambios profundos que necesita este país para erradicar la pobreza y el racismo tan profundo respecto a los pueblos indígenas y nacionalidades que conforman Bolivia.
El seis de agosto se pone en marcha la Asamblea Constituyente, un espacio político que nace con vocación de generar estos cambios más allá de la permanencia o no del MAS en el gobierno. Es una reforma profunda de la manera de entender la nación, una nueva constitución en la que grupos sociales que siempre han sido marginados de la toma de decisiones tienen puestas muchas esperanzas. De hecho la Asamblea en sí misma fue la reivindicación que unió desde el 2003 a sectores urbanos con movimientos indígenas, cooperativas de mineros, grupos feministas etc. Esta iniciativa política que además ahora se plantea como un proceso de participación política real abierto a todos los movimientos sociales, organizaciones cívicas y partidos políticos que quieran tomar parte, tiene el plazo de un año para redactar una Constitución que responda en la práctica (más allá de un marco jurídico que luego no se cumple) a las necesidades de Vanesa. Ayer vimos salir triunfante a Silvia Lasarte, mujer indígena campesina que ha sido elegida presidenta de la Asamblea Constituyente y estuvimos charlando con Roberto Aguilar, elegido vicepresidente. En esas personas, responsables de tan enorme tarea, percibimos dicha voluntad; el pulso está, como no, con los latifundistas, las multinacionales y los obispos que seguirán clamando a Dios para que no cambien las cosas (Virgencita Virgencita que me quede como estoy!!!).
Como dijo el propio Evo y como nos recordaban los campesinos indígenas de Santa Cruz: "ahora nos toca a nosotros, al menos otros 500 años".
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