Por fin estamos viendo la luz al final del túnel. Tras la caída de los socialismos reales europeos sobre todo por sus propias contradicciones, a principios de los noventa entramos en una fase de desesperanza en la que toda contestación al sistema capitalista parecía imposible en el mundo. Salvo un leve destello en Chiapas y algunos focos en Asia parecía que la victoria del capitalismo era incontestable.
Un mediocre politólogo del sistema, Francis Fukuyama, se hacía mundialmente famoso por su teoría del “Fin de la historia” en 1992. El capitalismo había vencido y éste mundo era el resultado final de todos los procesos históricos. Habíamos llegado al fin de las ideologías, ni siquiera eran necesarias. Sólo la ciencia y la tecnología podrían ser cambiantes a partir de entonces. Ya no podía hablarse de lucha de clases pues hasta la existencia de éstas era negada. Algunos sectores que se decían de izquierda incluso llegaron a creérselo y empezaron sus movimientos para asumir ese dogma. Ya no se podía hablar de izquierda y derecha. Sólo se admitía el pensamiento único. Y gran parte del mundo asentía por detrás como en el coro de una obra de teatro griego.
Por desgracia para el pobre Fukuyama y por suerte para la humanidad, hoy día sus teorías ya huelen a podrido. Quién sabe donde se arrastra ese despreciable personaje gris al que ya nadie escucha en 2009.
Ahora el mundo está en llamas. El sistema se deshace y las revueltas se multiplican. Cada día se anuncia un nuevo foco de resistencia anticapitalista y Latinoamérica no se queda a la zaga. En los últimos años hemos recibido con esperanza los inicios de nuevos procesos en distintos países de la Patria Grande. Cada uno en mayor o menor medida supone un cambio de las tendencias que veníamos sufriendo. Se pasó de las dictaduras a las democraduras, como las denominaba Galeano, y ahora parece que se empieza a salir del agujero y van desapareciendo los complejos de los distintos pueblos latinoamericanos que reclaman sus derechos legítimos.
Hace tan sólo unos pocos años Cuba era la última trinchera en la que se resistía heróicamente. Hay que reconocer el mérito de Cuba de haber seguido siendo un referente no sólo para América Latina sino también para el mundo entero. Lo que han construído y resistido no tiene parangón en la historia a pesar de los innumerables errores que no hay que tener ningún reparo en reconocer. Las cubanas y los cubanos son los primeros en criticarlos para poder ir rectificándolos con mayor o menor fortuna.
Venezuela inició el camino hace ya más de diez años y poco a poco se han ido añadiendo Bolivia, Ecuador, El Salvador y alguno más. La Revolución Bolivariana pilló de improviso a muchos popes del hasta hace poco llamado neoliberalismo, que por fin vuelve a recibir el nombre que nunca debimos quitarle: capitalismo.
La creación del ALBA (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) a finales de 2004 como respuesta al ALCA ha sido un importante revulsivo para impulsar estructuras de carácter supraestatal de resistencia el agresivo vecino del Norte. La solidaridad bilateral entre los distintos países del ALBA es una nueva manera de establecer relaciones. Los ejemplos de los miles de médicos cubanos enviados a colaborar en las reformas de los sistemas sanitarios públicos, la Operación Milagro por la que decenas de miles de latinoamericanos de distinta procedencia están recuperando la visión gracias a las intervenciones quirúrgicas realizadas en Cuba o la colaboración de Venezuela con el petróleo demuestran que otro mundo sí es posible. Hace falta ahora no sólo la creación de nuevas estructuras internacionales de carácter solidario sino la desaparición y destrucción de las hasta ahora existentes que sólo servían de herramienta del imperialismo, como la Organización de Estado Americanos o el Área de Libre Comercio de las Americas.
Sin embargo no son pocos los obstáculos que van encontrarse en el camino: la derecha apoyada por sus aliados norteamericanos y europeos, el conglomerado mediático articula-do en torno a los grandes poderes económicos que se resisten a soltar la sartén que hasta ahora tenían bien asida por el mango, los ejércitos formados en las dictaduras, etc.
Desde el internacionalismo tenemos también una gran tarea. Apoyaremos todos los proyectos y luchas que tratan de hacer frente al capitalismo. Las lucha de nuestras hermanas y hermanos latinoamericanos son una de nuestras prioridades. Lo que no quiere decir que apoyemos acríticamente a los gobiernos surgidos de esos procesos. Al igual que nuestras contrapartes allí, los movimientos populares, seguiremos criticando las derivas de sus gobernantes y apoyando las luchas que contribuyan a enterrar definitivamente este sistema que se resquebraja.