Vivir y morir en Dhesheh |
Brigada Palestina | |||
2015/07/26 | |||
Cuando en 1948 Israel entro en las Naciones Unidas, la comunidad internacional le puso una condición básica: el retorno de los refugiados y las refugiadas palestinas a sus casas. 67 años después ni uno de ellos lo ha podido hacer. De hecho Israel es el país miembro de la ONU que más resoluciones ha incumplido con cerca de 200. El segundo es Irán con 2. Hoy el 70% de la población palestina, casi 8 millones de personas, son refugiadas de distintas oleadas y generaciones y viven en campamentos de refugiados y fuera de ellos, básicamente en Gaza y Cisjordania y en distintos países de alrededor. Esto supone la comunidad nacional de refugiados más grande y cronificada del mundo. La radiografía de esta sangrante situación nos la ha contado la gente de Badil, una organización creada en 1998 por todas las comunidades de refugiados palestinos. Con sede en Betlehem (Belén) más allá del trabajo directo en los campos de refugiados y refugiadas, se dedican a investigar y documentar las condiciones de vida de estas y sobretodo al trabajo jurídico para denunciar su injusta situación ante la comunidad internacional en base al propio derecho internacional. El derecho inalienable a jugar Con unos 14.000 personas viviendo en él, Dhesheh es el segundo campo más grande de Cisjordania. Con una larguísima trayectoria de lucha contra la ocupación y en favor del derecho al retorno, sus estrechas calles y sus paredes llenas de murales y llamados a la resistencia destilan coraje y esperanza. Las incursiones de militares israelíes para detener jóvenes o amedrentar a sus habitantes son contestadas sin excepción con piedras entre escurridizos movimientos. La sociedad palestina tiene una estructura de edades tremendamente joven y por eso 7.000 de los refugiados de Dhesheh son niños y niñas. Sus condiciones de vida, marcadas por la ocupación criminal, la dureza de la represión y todas las limitaciones que conlleva, les roba la infancia, les convierte a menudo en adultos con cuerpo de niño. Distintas organizaciones trabajan para mitigar la dureza de sus vidas, pero lamentablemente apenas llegan a atender a un millar de estos. En el caso de Laylac desarrollan el proyecto llamado “derecho a jugar”, un derecho con poco reconocimiento legal pero probablemente el más elemental de los derechos. Mi segundo sueño es poder dormir Yasser es un activista precoz como tantos otros. El sí vio el mar en 2005. Estaba en Francia y tal fue el impacto que le causó, que se echó con ropa al agua mientras el mercurio marcaba 5 grados bajo cero. Tenia catorce años. Al año siguiente entró en la cárcel por primera vez. Hoy a sus 25 ya ha pasado 4 veces por ella y ha sido alcanzado por la munición israelí en numerosas ocasiones. No es el único entre sus cinco hermanos. Hasta que lo hizo el pasado marzo, su madre no había podido juntarles a todos en la mesa desde 2002. Preguntado por sus sueños nos cuenta el segundo, poder dormir por las noches. Sabe que es cuando suelen venir los soldados. Dijo Churchill que la democracia es saber que cuando llaman a tu puerta a las cinco de la mañana es el lechero. En Dhesheh no hay lechero ni nadie llama a la puerta a las cinco de la mañana. Cuando viene alguien a las cinco de la mañana son los militares israelíes que tiran la puerta con una escopeta especial que la explosiona y todo el mundo sabe que no hay democracia. Mientras nos cuentan sus dramáticas experiencias es difícil contener las emociones. Uno de sus hermanos mayores dice envidiarnos. Ojalá pudiera llorar él también. Dice sentirse tocado por todo lo que pasa a su alrededor, pero que es incapaz de expresarlo, no le salen lágrimas. Nos sorprende como a veces bromean y ríen escandalosamente mientras relatan momentos en los que han estado cerca de la muerte. De forma irónica o no, dicen que cada uno de ellos necesita un psicólogo. Hace pocos días se supo que 300.000 niños y niñas de Gaza tienen problemas psicosociales derivados de la masacre del año pasado. La Autoridad Nacional (israelí en) Palestina Mas allá de la larvada corrupción existente y los beneficios económicos obtenidos por las personas en los círculos gubernamentales, el colaboracionismo con la ocupación es flagrante. Yasser sabe de sobras lo que es que lo detenga la policía de la ANP por “razones de seguridad”. Una vez vinieron a detenerle cuando estaba encarcelado. Su hermano dijo a los policías que sí estaban para proteger a los ciudadanos palestinos fueran a buscarlo allí donde le tenían y lo trajeran a su casa. Por cierto, entre otras cosas no hay democracia porque desde 2005 la ANP no convoca elecciones presidenciales y desde 2006, cuando Fatah perdió y no aceptó los resultados, no hay legislativas. Mientras tanto las refugiadas y refugiados continúan alzando sus llaves, símbolo del derecho inalienable al retorno a sus pueblos y casas que, superando todos los obstáculos y vulneraciones harán efectivo esperemos más pronto que tarde.
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